martes, 28 de abril de 2015

La realidad no es como la pintan

Cuando algún familiar o amigo cercano se entera de que tienes un hijo con sobredotación intelectual, te suele decir: "pues vaya suerte tener un hijo así", "qué fácil van a ser para él los estudios", "podrá hacer lo que quiera en la vida", etc. Y por dentro piensas: "¡ojalá fuera todo tan fácil!". Evidentemente una alta inteligencia tal vez le ayude a conseguir más logros en la vida, pero sólo es una herramienta. ¿De qué sirve un bisturí de cirujano si no estudias medicina? ¿Para qué sirve un piano si no sabes tocarlo?. La sobredotación es un rasgo más que puede tener una persona, del mismo modo que tener el pelo rubio o moreno, ser guapo o poco agraciado, tener don de gentes, sentido del ritmo, etc. En este caso, es una característica que marca mucho, y que implica unas diferencias con respecto a la población en general, tanto en la forma de pensar como de aprender, pero no es garantía de éxito en absoluto.

Miras a tu hijo y ves a un niño de 3 años cariñoso, dulce, sociable, activo y feliz, con inmensas ganas de descubrir y aprender. Pero te preguntas si se adaptará bien al colegio o se aburrirá, si tendrá buenos amigos, si los maestros responderán a sus miles de preguntas o le "caparán" la curiosidad para adaptarlo al grupo, si le permitirán compartir sus aficiones reales o tendrá que aparentar que hace lo que la mayoría considera "normal"... En resumen, si podrá seguir siendo él mismo.

En el mundo hay una gran diversidad en general, pero aún hoy en el siglo XXI, resulta difícil aceptar las diferencias. Se ve a menudo en los comentarios de la gente sobre cualquier persona que tenga algún rasgo diferente: le miran mal, con cautela, con inseguridad, o si es una característica positiva, entonces le envidian y critican. Así es la sociedad en la que vivimos, en la que vivo yo y en la que crecerá mi hijo. A medida que se haga mayor, tendrá que decidir entre ser él mismo y aceptar las críticas, o camuflarse y aparentar estar dentro de la cuadrícula. ¿Y qué es mejor? Nadie puede darle la respuesta correcta.

Durante mis primeros años en el colegio, yo elegí ser espontánea, natural y actuar sin preocuparme del qué dirán. Esta decisión conllevó ventajas tales como sacar muy buenas notas o llevarme bien con los profesores a los que les gustaba que hicieras preguntas. Pero también implicó jugar sola en el patio, no tener invitaciones a cumpleaños, llevarme coscorrones de los profes que se cansaban de mi inquietud, oir murmullos o risitas cuando "la empollona" hacía una pregunta, sufrir acoso escolar... Así que al ir haciéndome mayor, fui buscando un cierto equilibrio y aprendí a disimular, a hacer las preguntas al profesor en tutorías en lugar de durante la clase, a reirme de lo mismo que el resto de compañeras, etc y de esa manera me integré mejor, aunque no por ello dejé de sentirme diferente. 

A mi hijo intentaré no darle consejos sobre qué opción es mejor tomar, sino que le apoyaré en aquello que decida; compartiré mi opinión y le animaré a tomar sus propias decisiones, que unas veces serán acertadas y otras veces no, como le ocurre a cualquier otra persona. Al fin y al cabo, de eso trata en parte la vida: aprender a base de aciertos y errores.

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